La Infinitud de Dios
- Roberto Espinosa
- 4 sept
- 15 Min. de lectura

Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Colosenses 3:1-3).
Las últimas palabras de este versículo constituirían un buen sermón para cualquiera: “Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Quisiera remitirme a un libro escrito hace seiscientos años y citar algunas cosas que entrelazaré en este mensaje sobre el viaje hacia el corazón de Dios: “con Cristo en Dios”.
El viaje hacia el infinito.
Este libro fue escrito por lady Juliana de Norwich, una mujer muy piadosa.
Quiero citar lo que esta señora dijo sobre la Trinidad: “Súbitamente la Trinidad llenó mi corazón de gozo. Y entendí que así sería en el cielo, por la eternidad”. Esto va más allá del cielo utilitario al cual anhela ir la mayoría de la gente, donde tendrá todo lo que quiera: una casa de dos pisos, dos coches y una fuente, una piscina y calles de oro. lady Juliana vio que el cielo será el cielo porque la Trinidad llenará nuestros corazones con “gozo sin fin”, ya que la Trinidad es Dios y Dios es la Trinidad. La Trinidad es nuestro Hacedor y nuestro Guardador, nuestro amor eterno y gozo y felicidad sin fin.
Todas estas cosas caracterizaban a Jesucristo, y como dijo Juliana: “Donde aparece Jesús se entiende la bendita Trinidad”. Debemos comprender en nuestras mentes y corazones que Jesucristo es la manifestación total y completa de la Trinidad: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). ¡Él mostró la gloria del trino Dios, todo lo que hay de Dios! Donde aparece Jesús, está Dios. Y cuando Jesús es glorificado, Dios lo es.
No citaría a nadie a menos que hubiera una escritura que lo confirme, y la Escritura de hecho confirma que la Trinidad llenará nuestros corazones: “Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. En esto conocemos que permanecemos en Él, y Él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1 Juan 4:12-13). Allí tiene al Padre y al Espíritu. “Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1 Juan 4:14-15). Allí tiene al Padre y al Hijo, o a la Trinidad.
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20-21). ¿Cree usted en Jesucristo por la palabra de los apóstoles? De ser así, entonces Jesús dijo aquí claramente: “Oro para que todos sean uno como el Padre es en mí y yo en Él, que ustedes sean uno en nosotros. Yo en ustedes y el Padre en mí”.
El otro día escuché a un hombre hacer esta oración: “Oh, Dios, tú eres la verdad; hazme uno contigo en amor eterno. Con frecuencia me preocupo al leer y oír muchas cosas, pero en ti está todo lo que quisiera tener y podría desear”. La Iglesia saldrá de su estancamiento cuando nos demos cuenta de que la salvación no es solo una lámpara, que no es solo una póliza de seguro contra el infierno, sino una puerta hacia Dios y que Dios es todo lo que tendremos y podremos desear. De nuevo cito a Juliana: “Vi que Dios es para nosotros todo lo que es bueno y confortable. Él es nuestro abrigo; su amor nos envuelve y nos rodea con su ternura, Él nunca nos dejará, y es para nosotros todo lo que es bueno”.
El cristianismo es una puerta hacia Dios. Y entonces, cuando usted entra en Dios, “con Cristo en Dios”, está en un viaje hacia lo infinito, a la infinitud. No hay límites ni lugar para detenerse. No hay solamente una obra de la gracia, ni una segunda o tercera, y eso es todo. Hay innumerables experiencias y épocas y crisis espirituales que pueden ocurrir en su vida mientras usted viaja hacia el corazón de Dios en Cristo.
¡Dios es infinito! Ese es el pensamiento más difícil que le pediré que capte. Usted puede no entender lo que significa infinito, pero no deje que eso lo moleste; ¡yo no lo entiendo y estoy tratando de explicárselo a usted! “Infinito” implica mucho más de lo que cualquiera podría captar, pero sin embargo la razón se inclina y reconoce que Dios es infinito. Con infinito queremos significar que Dios no tiene límites, frontera ni final. Lo que Dios es, lo es sin límites. Todo lo que Dios es, lo es sin límites ni fronteras.
El infinito no puede ser medido
Debemos eliminar todo discurso descuidado en esto. Usted y yo hablamos sobre la riqueza ilimitada, pero no existe cosa semejante; usted puede contarla. Hablamos de energía ilimitada —que no siento tener en este momento— pero no existe tal cosa; usted puede medir la energía de un hombre. Decimos que un artista pasa por un dolor infinito con su cuadro. Pero no sufre molestias infinitas; solo hace lo mejor que puede y luego levanta sus manos y dice: “No está bien todavía, pero tengo que dejarlo así”. A eso nosotros lo llamamos molestias infinitas.
Pero ese es un uso equivocado de las palabras “ilimitado”, “inagotable” e “infinito”. Estas palabras describen a Dios: no describen otra cosa sino a Dios. No describen un espacio ni un tiempo ni una situación o un movimiento ni una energía; estas palabras no caracterizan a criaturas o arena o estrellas o cualquier cosa que pueda ser medida.
La medición es una manera que tienen los objetos creados de ser cuantificados. Por ejemplo, el peso es una forma en la que nos cuantificamos: por la fuerza gravitacional de la tierra. Y también tenemos distancia: el espacio entre cuerpos celestes. También está la longitud: extensión del cuerpo en el espacio.
Nosotros podemos medir cosas. Sabemos cuán grandes son el sol y la luna, cuánto pesa la tierra y cuánto pesan el sol y otros cuerpos celestes. Sabemos aproximadamente cuánta agua hay en el océano. Parece algo sin límites para nosotros, pero sabemos la profundidad que tiene y podemos medirlo, de anera que no es para nada algo ilimitado. No hay nada ilimitado sino Dios, y nada infinito sino Dios. Dios existe por sí mismo y es absoluto; todo lo demás es contingente y relativo. No hay nada que sea lo suficientemente grande ni sabio ni maravilloso. Todo es relativo. Solo Dios no conoce medida.
El poeta dice: “Un Dios, una Majestad. No hay otro Dios, solo tú. Ilimitada, inextensa unidad”. Por mucho tiempo me pregunté por qué él decía: “Ilimitada, inextensa unidad”; entonces me di cuenta de que Dios no se extiende en el espacio. C. S. Lewis dijo que si usted pudiera pensar en una hoja de papel extendida infinitamente en todas direcciones, y si tomara un lápiz e hiciera una línea de una pulgada de largo, eso sería el tiempo. Donde usted empieza a presionar el lápiz representa el comienzo del tiempo y donde lo levanta del papel, el fin del tiempo. Y alrededor, infinitamente extendido en todas direcciones, está Dios. Esa es una buena ilustración.
Si hubiera un punto en el que Dios se detuviera, no sería perfecto. Por ejemplo, si Dios supiera casi todo, pero no todo, no sería perfecto en conocimiento. Su entendimiento no sería infinito, como dice el Salmo 147:5.
Tomemos todo lo que puede ser conocido—pasado, presente y futuro, espiritual, físico y psíquico—en todo el universo. Y digamos que Dios sabe todo excepto un porcentaje: Él conoce el noventa y nueve por ciento de todas las cosas que pueden ser conocidas. Me daría vergüenza ir al cielo y mirar a la cara a un Dios que no lo supiera todo. Él debe saber todo o no puedo adorarlo. No puedo adorar a alguien que no es perfecto.
¿Y qué sucede con el poder? Si Dios tuviera todo el poder excepto un poquito, y hubiera algún otro que acaparara un poquito de ese poder que Dios no tuviera, entonces no adoraríamos a Dios. No podríamos decir que ese Dios tiene un poder infinito; solo estaría cerca de tenerlo.
Aunque sería más poderoso que cualquier otro ser y quizás más poderoso que todos los seres del universo juntos, tendría un defecto, y por consiguiente no podría ser Dios. Nuestro Dios es perfecto: perfecto en conocimiento y en poder.
Si Dios tuviera bondad, pero hubiera un punto en el que Dios no fuera bueno, entonces no sería nuestro Dios y Padre. Si Dios tuviera amor, pero no todo el amor, sino solo noventa y nueve por ciento de amor—o quizás un porcentaje aún mayor—Dios todavía no sería Dios. Dios; para ser Dios, debe ser infinito en todo lo que es. No puede tener límites ni fronteras, nada que lo detenga, ningún punto que no pueda alcanzar. Si usted piensa en Dios o en algo relacionado con Dios tiene que pensar infinitamente respecto a Él.
Usted podría terminar con un calambre en la cabeza durante dos semanas después de intentar esto, pero sería una buena cura para este pequeño dios barato que tenemos ahora. Este pequeño dios barato que hemos inventado puede ser su compinche: “el de arriba”, el que lo ayuda a ganar los juegos de béisbol. Ese dios no es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. No es el Dios que puso los fundamentos del cielo y de la tierra; es otro dios.
Los estadounidenses cultos podemos fabricarnos dioses como hacen los paganos. Usted puede hacer un dios de plata, madera o piedra, o puede hacerlo en su propia imaginación. Y el dios que se adora en muchos lugares en simplemente un dios imaginario. No es el Dios verdadero. No es el Dios infinito, perfecto, omnisciente, sabio, todo amor, infinitamente ilimitado, perfecto. Es algo menos que eso. El cristianismo está en decadencia y se está hundiendo en la alcantarilla porque el dios del cristianismo moderno no es el Dios de la Biblia. No quiero decir que no oramos a Dios; me refiero a que oramos a un dios que es menos de lo que debería ser. Debemos pensar en Dios como el ser perfecto.
Dios se complace consigo mismo
Lo que diré a continuación podría sorprenderlo: Dios se complace consigo mismo y se regocija en su propia perfección. He orado, meditado, investigado y leído la Palabra durante demasiado tiempo como para retractarme de esto. Dios se complace en sí mismo y se regocija en su propia perfección. ¡La divina Trinidad se complace consigo misma! Dios se deleita en sus obras.
Cuando Dios creó los cielos y la tierra y todas las cosas que están sobre ella, dijo una y otra vez “y vio . . . que era bueno” (Génesis 1:4, 10, 12, 18, 21, 25). Luego Dios creó al hombre a su imagen y al contemplarlo dijo que era “bueno en gran manera” (1:31). Dios se regocijó en sus obras. Estaba contento de lo que había hecho.
La redención no es una tarea pesada para Dios. Él no se encontró de repente en problemas y tuvo que correr tratando de resolver algún asunto de “política exterior” con los arcángeles. Dios hizo lo que hizo gozosamente. Hizo los cielos y la tierra gozosamente. Es por eso que las flores miran hacia arriba y sonríen, las aves cantan y el sol brilla, el cielo es azul y los ríos fluyen hacia el mar. ¡Dios hizo la creación y amó lo que hizo!
Él se complace en sí mismo, en su propia perfección y en la perfección de su obra. Y cuando se trata de la redención, repito que no fue una tarea forzada que le impuso una necesidad moral. Dios quería hacerlo. Dios no tenía la necesidad moral de redimir a la humanidad. No tenía que enviar a su Hijo Jesucristo a morir por la humanidad. Lo envió, pero al mismo tiempo Jesús lo hizo voluntariamente. Si Dios estaba dispuesto, esa fue la feliz voluntad de Dios.
Una madre no tiene que levantarse para alimentar a su bebé a las dos de la madrugada. No hay ninguna ley que la obligue a hacerlo. La ley probablemente la obligará a cuidar al chiquillo, pero no tendría la obligación de darle ese amoroso cuidado que le brinda. Ella quiere hacerlo. Yo solía hacerlo por nuestros pequeños y lo disfrutaba. Una madre y un padre hacen lo que hacen porque les gusta hacerlo.
Lo mismo sucede con nuestro formidable, eterno, invisible, infinito, sabio, omnisciente Dios, el Dios de nuestros padres, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo y el Dios a quien llamamos “nuestro Padre que está en los cielos”. Él es ilimitado e infinito; no puede ser pesado ni medido; no se le pueden aplicar la distancia, el tiempo ni el espacio, ya que Él hizo todas las cosas y todas las cosas en Él subsisten, en su propio corazón. Aunque se levanta por encima de todo, al mismo tiempo este Dios es un Dios amigable, agradable, y se deleita consigo mismo. El Padre se deleita en el Hijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 11:25). Y desde luego el Espíritu Santo se deleita en el Padre y en el Hijo.
La encarnación, además, no fue algo que Jesucristo hiciera a regañadientes, diciendo: “Odio esto; me encantaría poder librarme de esto”. Uno de los queridos escritores de himnos antiguos dijo: “No aborreció el vientre de la virgen”. El escritor pensó en esto y dijo: “Espera un minuto. ¿El vientre de una criatura? ¿Cómo puede ser que el Dios imperecedero, eterno, infinito, a quien el espacio no puede contener, esté confinado dentro de una de sus propias criaturas? ¿Eso no sería una humillación?” Luego sonrió y dijo: “No, Él no aborreció el vientre de la virgen”, lo escribió, y lo hemos estado cantando durante centurias. La encarnación de la carne inmortal de Jesucristo no fue una tarea pesada. La segunda persona de la Trinidad, el Hijo imperecedero, el Verbo eterno hecho carne, ¡gozosamente! Cuando los ángeles cantaban respecto a la encarnación, cantaban con gozo.
Dios se complace en su obra
Y también se deleita en la salvación. Fíjese en Lucas 15:5 que cuando Jesucristo salva a un hombre, lo pone sobre sus hombros. ¿Y cuál es el verbo de este versículo? ¡Regocijándose! (BTX) Dios no solo se complace consigo mismo, se deleita en su propia perfección y está feliz con su obra de creación y redención, sino que también está entusiasmado. Hay entusiasmo en la Deidad, y hay entusiasmo en la creación.
Si no hubiera entusiasmo en la creación, pronto se deterioraría. Todo está hecho de átomos, protones, neutrones y electrones, cosas que no pueden permanecer estáticas, ¡ni por un segundo! Se disparan en todas direcciones a una velocidad tremenda, y los cuerpos celestes se mueven de la misma manera.
Los antiguos griegos llamaban al movimiento que ellos producen al atravesar el espacio “la música de las esferas”. No creo que estuvieran muy equivocados. Creo que Dios cantaba cuando creaba las cosas. El movimiento y la velocidad de los cuerpos celestes, la obra de las pequeñas criaturas de la tierra para ablandar el suelo, la obra del sol sobre la tierra: todo esto es el gozoso obrar de Dios en su creación.
Se ve el entusiasmo en la creación; se ve en la luz. ¿Alguna vez se detuvo a pensar cómo sería todo si no hubiera luz? Si el Dios todopoderoso cubriera todos los cuerpos celestes y de repente apagara todas las luces que existen, a mí no me gustaría estar vivo. Me gustaría apagarme como un bombillo y pedirle a Dios que por favor me aniquilase, y no creo en la aniquilación. Imagine: ¡sin luz, ni velocidad, ni color ni sonido!
Algunas personas le temen al color. Creen que la espiritualidad consiste en ser gris. ¡Pero Dios hizo el color! Hizo toda clase de tonalidades. Mire el amanecer: ¿qué es eso, solo algo científico? ¿Cree usted que Dios salpicó el precioso cielo con rosas, guindas, azules y blancos y no estaba sonriendo mientras lo hacía? ¿Es un mero accidente de la naturaleza, científicamente explicado? ¡Entonces usted tiene mucho que aprender por su propio bien! Vacíe su cabeza y llene su corazón y así estará mucho mejor. El Espíritu Santo escribió 150 salmos y esos salmos celebran las maravillas de la creación de Dios.
En mi estado de Pensilvania los sinvergüenzas que especulan con el dinero compraron los derechos del carbón en ciertas secciones del estado. Crecí contemplando y amando preciosas colinas, hermosas laderas besadas por el sol, en ocasiones azuladas por místicas puestas de sol. Y los arroyos descendían hacia el río y luego hacia el mar. Todo era muy bello.
Pero volví a mi antiguo hogar años después y encontré que estos sujetos avaros no cavaron un hoyo para sacar el carbón; llevaron topadoras y removieron la parte superior de la tierra—árboles, césped, todo—para llegar al carbón. El resultado fue que miles y miles de acres —colinas enteras que se elevaban con su verdor para encontrarse con el azul del cielo—, yacían cortadas como una enorme tumba abierta. El estado de Pensilvania dijo: “Deben llenarlas o les pondremos una multa de $300”. Y la gente minera se miraron unos a otros y a regañadientes pagaron los $300. Dejaron todo como estaba, y me fui de allí golpeado por el dolor de ver a mis preciosas colinas convertidas en enormes y horribles canteras de arena.
Regresé unos años más tarde, ¿y sabe lo que había hecho la naturaleza? La querida y ocupada madre naturaleza, entusiasta, amorosa, gozosa, comenzó a dibujar un verde velo sobre aquel horrible tajo. Y ahora si usted va verá que se ha curado. ¡El Dios todopoderoso está en ello! Deberíamos dejar de pensar como científicos y pensar como salmistas.
Este Dios infinito está disfrutando. Alguien la está pasando bien en el cielo, en la tierra, en el mar y en el firmamento. Alguien está pintando el cielo. Alguien está haciendo crecer los árboles donde había solo tajos un año atrás. Alguien está haciendo que el hielo se derrita y baje hacia el río y hace que los peces naden y las aves canten y pongan sus huevos azules y construyan sus nidos y empollen a sus crías. Alguien está haciendo funcionar el universo.
Cantar con júbilo
Y creo que sé quién es. Creo que es el Padre eterno, “fuerte para salvar, cuyo poder gobierna los agitados mares”. Creo que es la Trinidad, nuestro Padre que está en los cielos y su único Hijo Jesucristo, nuestro Señor. Dios la pasa bien en su rol. Así que no pensemos más en Dios como alguien sombrío, con el ceño fruncido. Repito que cuando Dios hizo los cielos y la tierra ellos cantaron juntos y todos los hijos de Dios gritaron de júbilo. No hubo un funeral en la creación del mundo; hubo un cántico. Toda la creación cantó.
En la encarnación cantaron. Algunas personas colocan un paño mortuorio húmedo y pastoso sobre sus felices bocas y dicen: “Los ángeles no cantaban: ‘Paz en la tierra, buena voluntad a los hombres’”. De acuerdo con el griego, ellos decían: “Paz en la tierra, buena voluntad a los hombres”. Pero no se puede leer esto sin que algo empiece a moverse dentro de usted. Capte el ritmo; capte la música en su corazón. “En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”, decían. Hubo canto en la encarnación.
Y luego en la resurrección también hubo canto. “Cantaré de ti entre las naciones” (Salmos 57:9) dijo Jesús en el salmo. En el Nuevo Testamento no se nos dice que Jesús cantó cuando se levantó de entre los muertos. Pero el Antiguo Testamento predice que una de las primeras cosas que haría Jesús sería cantar. Y una de las últimas cosas que hizo antes de ir a morir fue cantar a coro con sus hermanos. ¡Me hubiera encantado oír ese himno!
¿Alguna vez se detuvo a pensar en el rapto? Va a ser algo que jamás ha sucedido. Tal vez usted podría estar caminando por la calle cuando oiga el sonido de la trompeta ¡y de repente será transformado! No sabrá qué hacer ni cómo actuar. Y las personas que yacen en sus tumbas, ¿qué harán? Sé lo que harán, ¡van a cantar! ¡Habrá canto en la consumación, en ese gran día!
“Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido” (Apocalipsis 5:9): ese es el tema de la nueva canción. El tema de esa nueva canción no es “Yo soy”, es “Tú eres”. ¡Note la diferencia! Cuando usted mira los himnos de Wesley, Montgomery y Watts, eran: “Tú eres, oh Dios, tú eres”. Pero cuando miramos los himnos modernos, dicen: “Yo soy, yo soy, yo soy”. Me enferma. De vez en cuando un buen himno con testimonios está bien, pero estamos exagerando. La canción del rapto será: “Tú eres digno, oh Dios”.
Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra. Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones (Apocalipsis 5:9-11).
Si usted puede escribir en una pizarra cuántos son, le pago la cena. ¿No es raro que los hombres tengan semejantes vigas en sus mentes que en vez de ponerse contentos por esto solo intenten entender quiénes son esos diáconos, ancianos, bestias y criaturas? Escriben libros sobre quiénes son y cómo son. ¿No es raro eso? ¿Cuán tonto se puede volver un erudito? Yo no sé nada de estas criaturas que se mencionan aquí. Búsqueme cinco minutos después del rapto y le contaré todo sobre ellas. Pero ahora solo quiero tomarlo por fe. “Nos ha hecho . . . reyes y sacerdotes”, dijo Juan. Todas las criaturas respondieron: “el Cordero que fue inmolado es digno” (5:12). No decían: “Mírenme a mí. Soy maravilloso; estoy feliz, feliz, feliz”. No: el Cordero, el Cordero es digno.
Esa es la consumación. La infinita Deidad nos invita a que vayamos a Él a compartir las intimidades de la Trinidad. Y Cristo es el camino.
La luna y la tierra giran de tal manera que solo vemos un lado de la luna y nunca vemos el otro. El eterno Dios es tan inmenso, tan infinito, que no puedo tener la esperanza de conocer todo lo que haya para saber de Él. Pero Dios tiene un lado enfocado hacia el hombre, así como la luna tiene un lado enfocado hacia la tierra. Así como la luna siempre tiene esa cara sonriente hacia la tierra, Dios siempre tiene un lado enfocado hacia el hombre, y ese lado es Jesucristo. El lado enfocado hacia la tierra, Jesús, es la forma en que Dios nos ve. Siempre nos mira y ve a Jesucristo en nosotros. Entonces volvemos a la cita de lady Juliana: “Donde aparece Jesús se entiende la bendita Trinidad”.
¿Está conforme usted con el cristianismo nominal? Si lo está, no tengo nada que decirle. ¿Está satisfecho con el cristianismo popular de personas influyentes? Si lo está, no tengo nada que decirle. ¿Está satisfecho con el cristianismo elemental? Si lo está, todo lo que tengo para usted es exhortarlo a que siga adelante hacia la perfección. Pero si no está satisfecho con el cristianismo nominal ni popular ni con cómo comenzaron las cosas y quiere conocer al Trino Dios por sí mismo, siga leyendo.
Tomado de "Los atributos de Dios", por AW Tozer, traducido por María Mercedes Pérez, María del C. Fabbri Rojas y María Bettina López.




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